lunes, 26 de abril de 2021

La casa de la lengua, Luz Pichel

LA CASA DE LA LENGUA

Luz Pichel

En el mundo que habitamos, ¿qué poesía haremos que no sea silencio, desmemoria, banalidad? ¿Hacia dónde mirará nuestra escritura? ¿De qué modo nos ayudará a construirnos? Ella, que ningún poder ostenta, no se resigna a quedarse quieta aunque sólo sea por puro sobrevivir. Una de las cosas que la poesía puede hacer es okupar la lengua. La poesía puede ocupar la casa de la lengua (¿del lenguaje, mejor?) consciente de que se trata de un espacio del común. Ocupar para que entre gente, para crear comunidad, abrir puertas a los que no les han dado entrada en esa casa de todos argumentando que la lengua no les pertenece porque “no la dominan”, “no la controlan”. Dominar, controlar, ¿qué les parece?

Las diferentes casas lingüísticas (¿sería mejor decir casas del lenguaje?) se encuentran unas con otras, pared con pared. A la casa propia le salen cobertizos, pajares, gallineros, galpones. Cabemos entonces los de nuestra lengua y los de otras, visitantes, inmigrantes, refugiados, turistas, seseantes, pobres, políglotas... Acoger no debería ser el problema. En cambio haría falta organizar nuestra experiencia individual y colectiva, y nuestra energía, individual y colectiva, también como poetas, para dirigirlas en un sentido que contribuya a disolver las estructuras de dominación lingüística que colonizan las casas de las lenguas. No hablo sólo de lenguas colonizando otras lenguas sino de las estructuras de dominación que colonizan la vida dentro de cada lengua y que se parecen mucho unas a otras. Ellas son, dicho sea de paso y como quien no quiere la cosa, las mismas estructuras de dominación que colonizan las Economías, las Sanidades, las Educaciones. Son las mismas estructuras de dominación que deciden la desigualdad social global.

La poesía vino para crear conflictos dentro de la lengua, para destartalar sus normalidades. ¿Hay poesía sin agitación lingüística? Y no se trata de un capricho sino de aclarar los sentidos ocultos que la normal transparencia lingüística de la lengua estándar, cualquiera que sea esa lengua estándar, nos escamotea. Pensemos, por poner un ejemplo bien simple, en el sentido posible de la traducción de as árbores por las árbolas (la poesía nos permite tal cota de libertad que sólo por eso habría que estarle agradecida de por vida): hay conflicto ahí, hay revuelta, se destapa algo que quería quedar invisible. Pero las lenguas no tienen voluntad, hay alguien por encima de ellas que se encarga de ocultar o iluminar, según le conviene.

Situarse en la frontera es irse a un lugar desde donde es posible crear más libremente. En mi caso, esa frontera, social, lingüística, es un lugar, un lughar, cuyas tierras trabajé con esfuerzo, con cansancio y con dolor; cuyos animales cuidé con trabajo, amor y gratitud; cuyo pan horneé con ancestral consejo y comí con hambre de postguerra; cuya lengua aprendí y hablé consciente de que era la lengua de los pobres. La de los ricos, el castellano, la hablábamos en raras ocasiones y no muy académicamente. Le llamábamos despectivamente “castrapo”, convencidos de nuestra “torpeza”. No hay idealización en la memoria ni la hay en el presente. Era una vida casi imposible. También la de hoy deja mucha ruina detrás.

A mí me parece que cuando escribimos sabemos que estamos construyendo un artefacto que cuenta con nosotras un poquito, sólo un poquito, pues dirige nuestro trabajo hacia objetivos muchas veces imprevistos. Todo cuanto in-corpo-ramos a lo largo de la vida sale sin pedir permiso ni consultar demasiado. Sale más de lo que pensamos que está saliendo. A lo mejor sale menos de lo que pensamos. O sale otra cosa, un dibujito raro. En los cruzamientos entre dos lenguas se producen extrañas apariciones que la poesía puede incendiar para que salte la chispa de otra armonía. El poema tiene la libertad de usar las dos lenguas y de inventar pues estamos en un lugar sin ley. ¿Hay poesía sin invención de lenguaje?

Las lenguas normativizadas toman demasiadas decisiones por la persona que escribe, obligan, dirigen. Son fuertes instrumentos de poder. Y el poder, es bien sabido, se apropia de la palabra y la hace blanda, dúctil, para que obedezca a sus mandatos, la pone a su servicio. Algunas poéticas, al utilizar esas lenguas sin someterlas a conflicto alguno, las vuelven transparentes, consiguen que el lector no las vea. Así tampoco se ve lo que ellas se encargan de esconder con todo el cuidado, con todo el interés. No sé, no sé si habría poesía sin agitación lingüística. No sé.

 

Versión en galego de “A casa da ligua” 

en din din don y más hortensias azuis 

(Cartonera del escorpión azul, de próxima aparición).

No hay comentarios:

Publicar un comentario